"Navegando Raíces: La Odisea de Xocoyotl Project"
Introducción: Un Viaje de Autodescubrimiento y Conexión
Hola, soy Mario, me emociona finalmente poder compartir contigo la historia detrás de Xocoyotl Project. Este relato entrelaza aventuras, arte y la búsqueda constante de identidad. Desde los vibrantes paisajes de mi querida Ciudad Satélite, México, hasta los vastos océanos que he navegado, cada experiencia ha sido una pieza clave en la creación de este proyecto.
Abandonando la comodidad de mi hogar, me embarqué en una odisea personal, enfrentando desafíos y descubriendo la magia de diferentes culturas. A través de cada vivencia, surgió en mí un profundo anhelo por reconectar con mis raíces y compartir esa conexión con el mundo. Así nació Xocoyotl Project, una iniciativa que celebra la riqueza de nuestra herencia cultural y nos invita a valorar lo esencial: nuestras historias, nuestra gente y nuestro planeta.
Acompáñenme en este viaje de autodescubrimiento y transformación. Te contaré cómo la vida en el mar, las caminatas por playas exóticas y los encuentros con diversas culturas han inspirado la creación de mis piezas. Exploraremos juntos cómo los desafíos y las conexiones humanas pueden transformar lo ordinario en extraordinario, y cómo el arte puede ser un puente entre el pasado y el futuro.
Nota del Autor: Sobre el Lenguaje y la Inclusividad
Esta historia está escrita desde mi perspectiva como hombre, y refleja mis experiencias y sentimientos personales. Sin embargo, es mi intención que esta narrativa sea inclusiva y que resuene con todos, sin importar su género, origen o cultura. Los temas de identidad, pertenencia y comunidad son universales, y espero que este relato inspire y conecte con lectores de todas las edades y antecedentes.
Gracias por acompañarme en este viaje.
La Creación de Piezas Representativas de Ciudad Satélite: Un Viaje Emocional
La creación de las piezas representativas de Ciudad Satélite de Xocoyotl Project ha sido una entrega muy personal de emociones. En 2011, un año después de graduarme de la universidad, me encontraba en una encrucijada. Trabajaba en el departamento de Relaciones Públicas para una prestigiosa empresa internacional de licores cuyo logo es un vampirito, un trabajo que muchos considerarían un sueño. Pero yo sentía una inquietud constante, un deseo de explorar más allá de las paredes de la oficina y las convenciones sociales que me mantenían atado.
Tomé una decisión tajante: renuncié a mi trabajo. Sabía que no sería fácil, pero la idea de aventurarme en lo desconocido me llenaba de emoción. El primer paso hacia mi nueva vida fue vender el Beetle que mi papá me había regalado, un coche que significaba mucho para mí, pero que ahora sería el pasaporte para mis sueños. Sentí un nudo en el estómago al ver a mi papá, pero su comprensión y apoyo fueron invaluables. A veces, el universo tiene una manera peculiar de equilibrar las cosas, y poco después, mi papá ganó un carro nuevo en una rifa durante la celebración del día del médico. Lo tomé como una señal de que estaba en el camino correcto.
Antes de mudarme, Ciudad Satélite era para mí algo cotidiano. Manejaba por sus calles sin apreciar su verdadera belleza o historia. Era simplemente el lugar donde crecí. Pero Playa del Carmen ofrecía una promesa diferente. La primera vez que vi los colosales cruceros en el horizonte, supe que quería descubrir qué había más allá.
Vivir solo por primera vez fue un proceso introspectivo y de mucho aprendizaje. Aprecié la educación que mis padres me dieron y cómo aplicarla en el mundo real. Conocí personas que intentaron aprovecharse de mi inexperiencia, inflando los precios de las rentas, queriendo robar las comisiones de mis ventas, etc., pero también encontré almas bondadosas dispuestas a ayudarme. Cada día era una lección en autosuficiencia. Comprender el esfuerzo detrás de acciones cotidianas como comprar papel de baño, pasta de dientes, limpiar mi departamento, hacer el super o cocinar mis propias comidas me hizo valorar aún más el esfuerzo y amor de mis padres.
Mi búsqueda de trabajo en Playa del Cármen me llevó a la 5ta Avenida, donde encontré empleo en el sector turístico como representante de hoteles, vendiendo tiempos compartidos. Este trabajo me permitió conocer a personas de todo el mundo, cada una con su propia historia y sueños. Aprendí algunos trucos de las ventas y vi de cerca cómo algunos colegas exitosos se enfrentaban a sus propios demonios, atrapados en vicios que socavaban sus logros. Mis valores, inculcados por mi familia, me ayudaron a mantenerme al margen de los excesos.
Mis caminatas y paseos en bicicleta por Playa del Cármen eran terapéuticos. Escuchaba el álbum "Neighborhoods" de Blink-182 mientras pensaba en mi futuro. Playa del Cármen era un lugar nuevo y vibrante, lleno de personas de todo el mundo viviendo un estilo de vida más relajado y bohemio comparado a la Ciudad de México. Aunque extrañaba a mi familia, me alegraba haber tomado una decisión tan radical. Mi personalidad era silenciosa, noble, soñadora, inocente, divertida y artística. Quería salir de mi zona de confort y explorar el mundo real sin importar las consecuencias.
Uno de los amigos más memorables que hice fue Nico, un compa de 50 años retirado de la industria de cruceros después de 24 años de servicio como bar tender. Nico organizaba torneos de póker en su casa, donde conocí a Albert, un Don con una historia digna de un capítulo de Netflix. Albert había robado dos bancos en Texas para pagar la universidad de su hija después de perder su trabajo como gerente en una popular empresa de autos americanos justo después de la crisis financiera del 2008. Antes de conocer su pasado criminal, Albert se había convertido en un gran amigo. En nuestras salidas a bares y fiestas, Albert, un hombre experimentado en la vida y con sabiduría de calle, me hablaba de las dificultades y maravillas de la vida en el mar desde la perspectiva de los noticieros americanos. Sus consejos resonaban en mi mente, llenándome de una mezcla de emoción y suspenso sobre la vida en el mar. Un día, después de un argumento con una supervisora del hotel, su historia salió a la luz y nunca más supimos de él.
Nico, que se había convertido en uno de mis mejores amigos, influyó significativamente en mi decisión de trabajar en un crucero. Sus historias sobre la vida en el mar y los beneficios económicos me convencieron de dar el siguiente paso. Entre otras historias interesantes conocí a Ursula Keays de Nueva Zelanda, quien trabajaba en el departamento de entretenimiento como host y hoy en día da charlas TED sobre su experiencia en el mundo de las comunicaciones. La vida en Playa del Carmen era un diario vivir de nuevas experiencias divertidas y aprendizaje personal. Pero los cruceros seguían llamándome desde el horizonte.
Un día, decidí tomar el ferry a Cozumel. Intentaba verme mayor con mi ligera barba de candado y sentía una mezcla de nervios y emoción navegando en busca de mi felicidad. Durante el trayecto, observaba a las familias mayas reunidas en pequeños grupos, los turistas con sus cámaras colgando del cuello, y los trabajadores locales con sus uniformes, todos viajando con diferentes propósitos. Veía a los niños correr por el ferry, sus risas mezclándose con el sonido de las olas y el murmullo de las conversaciones en múltiples idiomas. Sentía el viento salado en mi rostro y el balanceo del barco bajo mis pies, mientras mi mente se llenaba de sueños y preguntas sobre el futuro. Esperaba encontrar respuestas sobre cómo vivir la experiencia de trabajar en un barco y obtener información de primera mano justo afuera de donde atracaban.
El Comienzo de una Aventura en el Mar
Era una tarde calurosa y húmeda en Cozumel. La lluvia caía intermitentemente, y el trayecto del ferry me había dejado verde de náuseas, un mal augurio para alguien que soñaba con vivir en un barco. Al llegar a la terminal del ferry, caminé sobre el malecón bajo la lluvia, evitando el gasto de un taxi. La caminata de una hora y media me llevó hasta la terminal de cruceros llamada ‘Puerta Maya’. Allí, me paré justo enfrente de un Hard Rock Cafe, observando la majestuosidad del colosal crucero anclado.
Mi objetivo era claro: quería hablar con alguien que pudiera contarme cómo era vivir y trabajar en un crucero. Entre la multitud de turistas, finalmente logré entablar conversación con un tripulante de origen mexicano. Su uniforme impecable y su sonrisa amable me dieron confianza. Me recomendó visitar una popular agencia reclutadora en Cancún. En mi inocencia, sentí como si me hubieran revelado un gran secreto. La emoción me embargó.
Sentía la victoria en mis manos y para celebrar, entré al primer restaurante que encontré y me pedí unas margaritas. Mientras me tomaba mis drinks, veía a los turistas disfrutando de la fiesta, y una ola de júbilo me envolvió al pensar que pronto estaría viviéndolo de primera mano.
La lluvia no cesaba, pero mi espíritu estaba inquebrantable. Caminé de regreso a la terminal del ferry, empapado y feliz, filmando a familias de ascendencia maya que se encontraban en la calle, mandando saludos a mi familia. Todo era nuevo, emocionante y lleno de posibilidades.
Esa misma semana, con mi objetivo claro en mente, me dirigí a Cancún. Conseguí una entrevista con la naviera en mayo de 2012 y, para julio del mismo año, después de una breve visita de dos meses a mi natal Ciudad Satélite, estaba listo para embarcarme en esta nueva aventura. La despedida fue emotiva; mis padres lloraban mientras me abrazaban, sabiendo que no nos veríamos otra vez por un largo tiempo.
La emoción de vivir una aventura en el mar estaba profundamente arraigada en mi infancia. Crecí escuchando historias de mis abuelos, quienes dedicaron gran parte de sus vidas al mar. Por un lado, el reconocido Capitán Peimbert dirigía la prestigiada flotilla ‘Barca de Oro | Yates Bonanza’ en Acapulco. Por otro, Don Spiro Andreakis comerciaba productos vía marítima desde Israel y Grecia hasta América, a través del Puerto de Tela en Honduras.
Estas historias de aventuras y viajes se contaban en la mesa del comedor de mi hogar en Ciudad Satélite, mientras disfrutábamos de comidas caseras. Recuerdo esos momentos con cariño; eran tiempos en que las apps de entrega de alimentos o reservaciones eran inimaginables, los teléfonos celulares eran del tamaño de un brazo, y los viajes se planeaban únicamente en agencias de viajes. Volar en avión era un evento especial, casi como un desfile de gala.
En 2012, las redes sociales comenzaban a tomar el control de nuestras vidas. Facebook ya era omnipresente, y Twitter (hoy X) se estaba convirtiendo en una herramienta esencial para seguir noticias y tendencias en tiempo real. Instagram había sido lanzada recientemente y se estaba popularizando como la plataforma para compartir fotos y experiencias. Sin embargo, muchas de las comodidades tecnológicas que hoy damos por sentadas aún no existían o estaban en sus primeras etapas.
Los smartphones eran cada vez más comunes, pero no todos tenían acceso a ellos. La mayoría de la gente seguía utilizando mensajes de texto SMS y llamadas para comunicarse, y las videollamadas aún no eran una práctica común. WhatsApp estaba empezando a reemplazar los mensajes de texto tradicionales, pero todavía no era la aplicación omnipresente que es hoy. Los teléfonos inteligentes como el iPhone y los primeros modelos de Android eran populares, pero no tenían las capacidades y aplicaciones avanzadas de las versiones actuales.
La tecnología de streaming apenas estaba despegando. Netflix acababa de empezar a ofrecer contenido en línea, y muchas personas aún rentaban sus DVDs en Blockbuster en lugar de transmitir películas y programas de televisión. MySpace era la onda y Spotify había sido lanzado recientemente y estaba revolucionando la manera en que escuchábamos música, pero no todos tenían suscripciones premium.
Durante esos días, la conectividad a internet no era tan omnipresente como ahora. En muchos lugares, especialmente durante viajes, la conexión a internet era muy limitada, y dependíamos de cibercafés para revisar correos electrónicos o mantenernos en contacto con nuestros seres queridos. Subir videos a YouTube o compartir fotos en redes sociales requería paciencia y, a menudo, una conexión estable que no siempre estaba disponible.
Al reflexionar sobre esos tiempos, me doy cuenta de cuánto han cambiado las cosas. Pero en ese momento, todas estas limitaciones tecnológicas parecían insignificantes en comparación con la emoción y la aventura que tenía por delante. Mi corazón estaba lleno de sueños, y el horizonte era mi único límite.
El Despertar en el Mar
Cuando era un niño, mi imaginación sobre la vida en el mar estaba alimentada por historias y películas. No tenía una referencia mental clara de lo que significaba vivir y navegar por meses en el mar. En aquellos días, no existían inlfuencers o tutoriales en YouTube ni ninguna red social que, en cuestión de segundos, pudiera transportarme a esas experiencias. En mi mente, se dibujaba un atardecer naranja en el horizonte, el calor húmedo de un puerto, la brisa del mar, las olas rompiendo suavemente contra el casco de un barco, arena dorada y gente bronceada riéndose, algo muy parecido a la película "Titanic".
Lo que desconocía en esa época era que la vida en el mar no siempre es tan idílica. El movimiento constante del barco puede generar náuseas, y hay momentos en que la diversión queda eclipsada por los desafíos de la navegación. Para navegar, es necesario trazar una ruta precisa y seguir leyes y reglamentos internacionales. Existen riesgos inherentes como incendios, sustancias tóxicas, problemas técnicos, enfermedades, epidemias, aventureros que deciden saltar al mar y desaparecer, emergencias médicas, accidentes, conflictos, y estrictas reglas de ética.
Lo que también ignoraba era la complejidad del equipo necesario para operar un crucero. Un barco no es solo un medio de transporte; es una ciudad flotante. Ingenieros, oficiales, técnicos, médicos, inspectores, chefs y cocineros, amas de llaves, mixólogos, agentes de ventas, limpiadores, fotógrafos, músicos, artistas, contadores, encargados de suministros, operadores y ejecutivos trabajan juntos, como los órganos de un cuerpo humano, para dar vida al navío. Gracias a la suma de su esfuerzo, más de 4000 personas pueden disfrutar de unas vacaciones sin preocupaciones cada semana, en cada barco de una flota de más de 27 barcos, y una corporación con más de 100 de ellos.
La vida de un tripulante marítimo es intensa y demandante. Los días de trabajo son largos, a menudo de 10 a 12 horas, y no existen los fines de semana libres. Los contratos pueden durar de cuatro a diez meses, con solo un par de meses de descanso entre cada contrato. Cada tripulante desempeña un rol vital para asegurar que todo funcione sin problemas. Los oficiales, ingenieros y técnicos se encargan del mantenimiento y las reparaciones, asegurando que el barco opere de manera segura y eficiente. Los médicos y enfermeros están preparados para manejar emergencias médicas, desde enfermedades comunes hasta casos más graves que requieren evacuación.
Los cocineros y amas de llaves trabajan día y noche para proporcionar comidas deliciosas y mantener las instalaciones limpias y confortables para los huéspedes y la tripulación. Los mixólogos, agentes de ventas y fotógrafos se aseguran de que los huéspedes tengan una experiencia memorable, ofreciendo desde cócteles exóticos hasta recuerdos fotográficos de sus vacaciones. Los músicos y artistas ofrecen entretenimiento diario, desde espectáculos de Broadway hasta conciertos en vivo con personalidades de la talla de Backstreet Boys, New Kids on the Block, Gwen Stefani, etc.
El shock cultural al subir por primera vez a un crucero fue intenso. Para empezar, el idioma. Después de dos décadas de comunicarme naturalmente en español, subirme al barco fue como presionar la opción "1" para inglés. No es que no hubiera pasado las clases de inglés que tomé toda la vida, pero una cosa es verlo en las películas o estudiarlo en clase, y otra muy distinta es hablarlo para trabajar. Tuve que leer y comprender extensos protocolos internos y lenguaje naval, comunicarme con los huéspedes y colegas de trabajo en términos que no estaba acostumbrado, resolver problemas, asistir a juntas, vender, y socializar con personas de multiples culturas. Además, entender el acento de cientos de nacionalidades a bordo fue una carga de información abrumadora los primeros años.
En 2012, la tecnología no era tan avanzada como hoy. No tenía la facilidad de conectarme a internet en cualquier momento para buscar traducciones o tutoriales en video. Las aplicaciones de traducción existían, pero no eran tan precisas ni rápidas. Los smartphones estaban en auge, pero no tenían todas las aplicaciones y funcionalidades que tenemos ahora. Cada conversación, cada interacción, era una oportunidad para aprender y adaptarme rápidamente.
Hablar inglés no era una opción; era una necesidad. No podía permitirme el lujo de decir "me da pena hablar inglés, mejor otro día". Además de comprender y adaptarme a una nueva cultura, tenía que comunicarme, resolver problemas y hacer mi trabajo, porque así es el uso en un entorno internacional. Esa inmersión total, aunque abrumadora, me empujó a mejorar mis habilidades lingüísticas, profesionales y a adaptarme a los retos de la diversidad cultural que me rodeaba.
La vida a bordo no solo implicaba trabajo; hay un fuerte componente social. Los tripulantes forman una comunidad estrecha, casi como una familia. Después de largas jornadas de trabajo, las noches se llenaban de actividades sociales: fiestas en el bar de la tripulación, cabin parties, noches de cine, karaoke, torneos de videojuegos, billar o fusbol, y cenas compartidas; leer es de todos lo días. Estas interacciones eran cruciales para mantener el ánimo y crear lazos que perduraban más allá del tiempo en el mar. Las noches pueden ser largas, llenas de risas, música y, a veces, discusiones profundas sobre la vida y los sueños. Es un espacio donde las barreras culturales desaparecen y todos se convierten en una gran familia temporal.
Además, en los puertos, los tripulantes tenían la oportunidad de explorar nuevas ciudades y culturas, aunque fuera por unas pocas horas. Esas breves escapadas eran un respiro del ritmo intenso del barco, una oportunidad para crear recuerdos inolvidables y recargar energías. Esas breves excursiones se convierten en aventuras memorables, ya sea probando la cocina local, visitando sitios históricos o simplemente disfrutando del paisaje. Pero siempre había un reloj invisible recordándonos que pronto debíamos volver a bordo y continuar con nuestras responsabilidades.
Una Comunidad Flotante
Además del idioma, la cultura a bordo de un crucero es un universo fascinante por su extensa complejidad. La estructura organizacional del barco es jerárquica y precisa, comenzando desde el Capitán, pasando por el Jefe de Máquinas y el Director de Hotel, hasta llegar a los asistentes de cocina y limpieza. Cada persona tiene políticas y reglamentos específicos que seguir en su rol, y cada uno de estos roles es vital para garantizar el funcionamiento armonioso del ecosistema en el que viven los huéspedes y residen los tripulantes.
Este sistema de trabajo no es de 9 am a 5 pm con la comodidad de volver a casa al final del día; en su lugar, es un entorno donde la tripulación vive y trabaja a bordo por contratos largos. La naturaleza de este estilo de vida lleva a una rápida formación de lazos estrechos. La súbita falta de nuestros círculos más cercanos es compensada por la creación inmediata de una ‘nueva familia’. Las amistades y relaciones a bordo se intensifican debido a la proximidad y la cantidad de tiempo compartido. Los lazos creados son de mucha confianza y emocionalmente fuertes.
Nos convertimos en una comunidad que, primeramente, es un equipo de trabajo cuya meta es la satisfacción de nuestros huéspedes y, secundariamente, una familia. Comemos juntos, viajamos juntos, nos divertimos juntos y compartimos experiencias que pocos pueden comprender fuera de este mundo flotante.
La diversidad cultural es una de las riquezas de la vida a bordo. La tripulación se fragmenta en grupos sociales que pueden distinguirse por nacionalidad, departamento, actividades recreativas compartidas, relaciones de pareja o jerarquías laborales. Cada grupo muestra un inmenso orgullo por su país y comparte aspectos tradicionales de su cultura, desde comidas, costumbres, tradiciones y festividades.
El alojamiento a bordo varía según el rango de cada tripulante. Algunos duermen y se bañan en camarotes propios, mientras que otros comparten espacio con una persona del mismo sexo o en pareja. Las jornadas de trabajo pueden ser extenuantes, de seis a doce horas diarias, y para muchos departamentos los días de descanso son inexistentes. Otros departamentos pueden tener un solo día de descanso por crucero. El término ‘crucero’ se refiere al número de días que le lleva al barco completar un itinerario que inicia en un puerto de origen, visita diversos destinos y regresa de nuevo a su punto de partida. Estos itinerarios pueden durar desde tres días hasta semanas o incluso meses.
La conexión con el mundo exterior puede ser limitada. Aunque en 2012 ya había smartphones, la conectividad a internet en alta mar era costosa y poco fiable. Las videollamadas buenas con familiares solo era posible en un puerto, y la comunicación se mantenía principalmente a través de correos electrónicos y mensajes de texto. Este aislamiento forzoso fortalecía aún más los lazos entre los tripulantes, quienes se apoyaban mutuamente para superar la nostalgia y las dificultades. Hoy en día, existen planes de internet disponibles para la tripulación que van desde los $4 dólares por día para tener acceso a las redes sociales hasta los $40 dólares por 450 minutos de internet libre que pueden dividirse por días, semanas o meses si se utiliza estratégicamente. Siempre es un alivio llegar a puerto y visitar algún café o restaurante que provean internet para poder comunicarse con familia o amigos.
Después de terminar una larga jornada de trabajo a bordo, el tiempo libre se convierte en un preciado oasis. En esos momentos, la rutina de vivir en una Ciudad puede parecer una ilusión lejana. De acuerdo a tu horario de trabajo, tu agenda te permitirá bajar al puerto y disfrutar un poco de tiempo libre en otro país, en una nueva cultura.
Navegando Entre Emociones
Pero, ¿cómo puedes transmitir a tu familia y amigos en tierra lo que realmente significa vivir en un barco, navegar por meses en múltiples países y experimentar tantas culturas? ¿Cómo explicarles que mientras ellos disfrutan de una vida en tierra, series de moda, historias y chismes más recientes, tú estás inmerso en un mundo donde el horizonte es tu única constante y la conexión con la realidad cotidiana es tenue?
La sensación de aislamiento puede ser intensa y la experiencia no es para todos. Mientras ellos comentan sobre los últimos eventos, las noticias del momento o algún episodio de una serie popular, tú no tienes idea de lo que hablan y quisieras ser parte de ellos. No es solo la falta de tiempo; es la falta de acceso a una conexión que te permita mantenerte al día con el mundo exterior. Te encuentras fuera del circuito, viviendo en un mundo paralelo donde el océano es tu horizonte diario y las noticias del día se limitan a los anuncios de la tripulación o los rumores a través de la tripulación.
Hay momentos de profunda soledad. Cuando te enteras de que alguien querido está enfermo, desearías estar allí para apoyarles, pero la distancia te lo impide. Los grandes eventos familiares, como bodas y cumpleaños, pasan sin tu presencia, y aunque las videollamadas pueden aliviar un poco esa ausencia, no reemplazan el calor de un abrazo. Las relaciones a larga distancia son desafiantes, y mantener la conexión emocional con tus seres queridos requiere un esfuerzo constante y consciente que depende mucho del acelerado ritmo de trabajo que requiere un crucero.
Cada itinerario trae su propio conjunto de desafíos. El barco puede cambiar de ruta de un día para otro, y a veces eres transferido a otra embarcación con poca antelación. La vida a bordo es un ciclo continuo de adaptación y resiliencia. Incluso las emergencias médicas pueden ser dramáticas, como cuando un compañero de tripulación debe ser evacuado en helicóptero en medio del mar.
Durante cuatro o diez meses, tu vista constante es la paz de un océano infinito, un paisaje hermoso que nunca deja de impresionar. Cuando finalmente vuelves a tierra, el cerebro tarda en procesar la multitud de personas, los sonidos de la ciudad, el tráfico y la vista de las calles y edificios que antes te eran tan familiares. Es un choque de realidades que a veces resulta abrumador.
La vida a bordo tiene sus recompensas. Los salarios son competitivos y no tienes que preocuparte por pagar impuestos. La comida es un buffet diario, los uniformes se lavan y planchan sin costo, y el servicio médico es gratuito. Todos los insumos, excepto los artículos personales, están cubiertos, incluso el papel de baño. Es una vida atractiva para las mentes aventureras, deseosas de conocer el mundo, ahorrar dinero y luego regresar a casa para invertir o disfrutar de unas merecidas vacaciones en familia.
Sin embargo, siempre hay un precio emocional que pagar. Las conexiones humanas a bordo se vuelven intensas y significativas. La nostalgia de estar lejos de nuestros seres queridos es constante, un recordatorio de lo que has dejado atrás y de lo que ansías volver a ver para crear nuevas experiencias. Cada puerto visitado, cada nuevo amigo hecho, añade una capa de complejidad a la experiencia, una historia más que contar, pero también una despedida más que hacer.
A pesar de todo, el tiempo que pasas en el mar te enseña a apreciar los momentos pequeños y a valorar las conexiones humanas de una manera que pocas experiencias pueden igualar. Es una vida de constantes altibajos, de risas compartidas y lágrimas ocultas, de aventuras y sacrificios. Y en cada ola que rompe contra el casco del barco, encuentras una parte de ti mismo que no sabías que existía, navegando siempre en una adrenalina de emociones.
De la Aventura al Proyecto
Lo que comenzó como una simple aventura en 2012, una oportunidad de viajar y ahorrar dinero durante un año antes de regresar a mi natal Ciudad Satélite, se transformó en una dedicación de 12 años dentro de la industria de cruceros que hasta 2024 sigue viva. Cada año añadía nuevas experiencias y aprendizajes, y antes de darme cuenta, las canas empezaron a aparecer en mi rostro, señalando el paso del tiempo.
Los primeros años a bordo fueron un torbellino de experimentación, diversión y aprendizaje. Descubrí cómo operan los diferentes barcos dentro de una flota internacionalmente reconocida, cada uno con sus capacidades y desafíos únicos. Tuve la oportunidad de visitar cientos de locaciones y países de ensueño, realizar excursiones impresionantes y conocer a personas de todos los rincones del mundo. Estas interacciones me permitieron sumergirme en múltiples culturas y aprender de ellas de una manera que habría sido imposible de otro modo, a menos que hubiera invertido enormes cantidades de dinero y tiempo en planear viajes.
Las largas jornadas de trabajo por temporadas de hasta diez meses demandan una gran capacidad mental, paciencia, responsabilidad, concentración y dedicación. Cada decisión que tomamos puede afectar a más de una persona, un área, las finanzas de la empresa o la experiencia completa de un huésped. Este entorno me enseñó a manejar grandes responsabilidades y a perfeccionar mis habilidades en la resolución de problemas.
Evidentemente, este estilo de vida también me distraía de cosas importantes como mi familia, mis amigos y mi lugar de origen. A pesar de las increíbles experiencias y los aprendizajes adquiridos, sentía que algo faltaba. Comencé a reflexionar sobre mi conexión con mi hogar y las raíces que había dejado atrás. Cada vez que regresaba a Ciudad Satélite durante mis periodos de descanso, me encontraba observando con nostalgia y curiosidad las calles y los lugares que habían sido parte de mi vida.
Fue durante estos momentos de reflexión que empecé a concebir la idea de Xocoyotl Project, basado en el apodo que mi padre me puso, Xocoyotl significa ‘el hijo menor’ en náhuatl.
Quería crear algo que me permitiera reconectar con mi hogar y, al mismo tiempo, compartir esa conexión con otros. Quería que las personas vieran su propio entorno con nuevos ojos, apreciando la historia y la cultura que los rodea. Así nació la semilla de Xocoyotl Project, una iniciativa que combinaría mi necesidad por conectar con mis raíces, el amor por el arte y mi deseo de influir positivamente en mi comunidad.
La vida en el mar me había dado mucho: experiencias inolvidables, amistades profundas y una perspectiva global. Pero también me enseñó el valor de nuestras raíces y la importancia de recordar de dónde venimos. Xocoyotl Project se convirtió en mi manera de honrar mi origen, de crear un puente entre mi vida en el mar y mi vida en tierra. Fue mi forma de traer un pedazo de Ciudad Satélite a cada rincón del mundo, y de invitar a otros a hacer lo mismo con sus propias historias y culturas.
Así, lo que comenzó como una simple aventura se transformó en una misión personal: usar el arte y la creatividad para reconectar con nuestras raíces y enriquecer nuestra oferta cultural y turística. La vida en el mar me enseñó que, aunque podamos estar lejos de casa, siempre podemos encontrar maneras de llevar algo de nosotros y compartirlo con el mundo.
Transición Hacia un Proyecto Creativo
Durante los primeros cuatro años, sin darme cuenta, me acostumbré al sistema y al tipo de vida que se tiene a bordo de un barco. La rutina se convirtió en mi nueva normalidad. Cada vez que terminaba un contrato y tenía esos preciados meses de vacaciones, lograba ponerme al día con mi familia, amigos y el entorno que había dejado atrás. Sin embargo, la transición no siempre era fácil. Semanas después de estar de vacaciones, una ansiedad tremenda me invadía, una necesidad de estar haciendo algo. El ritmo de vida a bordo es tan acelerado que las vacaciones parecen cortar de tajo ese movimiento constante, dejando la mente atrapada en la agitación a la que se había acostumbrado. Adaptarse nuevamente a la vida en tierra se volvía un desafío, como si mi cerebro necesitara tiempo para reajustarse a una realidad diferente.
Al principio, me era fácil salir de esta especie de trance al concluir mis contratos. La emoción de estar en casa y reconectarme con mis seres queridos me mantenía ocupado. Pero, conforme los años pasaron, noté que me tomaba más tiempo bajar el ritmo y relajarme durante mis periodos de descanso. Aproximadamente tres a cuatro semanas eran necesarias para que mi mente despertara y se diera cuenta de que, mientras estaba de vacaciones, no había por qué preocuparse. Era tiempo de reconectarme conmigo mismo, con el Yo que había dejado antes de embarcarme en la última travesía.
La sorpresa era que, tan pronto como mi mente comenzaba a relajarse, llegaba el momento de regresar al barco por otros seis meses. Este ciclo continuo me llevó a reflexionar sobre mi vida y mis prioridades. Después de más de una década en el mar, podía decir con certeza que me había convertido en un marinero. Había dedicado más parte de mi vida joven adulta al mar que a la tierra, y aunque amaba la vida a bordo, sabía que había algo más que quería hacer.
Fue en medio de estas reflexiones que la idea de crear Xocoyotl Project comenzó a cobrar vida. La vida a bordo había comenzado con mucha potencia y una gran masa de emociones. Descubrir nuevos barcos, recorrer itinerarios exóticos, aprender cosas nuevas, buscar desafíos, conocer personas de todas partes del mundo, probar nuevos alimentos y explorar nuevos amores eran parte de cada contrato. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta excitación comenzó a desacelerarse. La novedad de las experiencias empezó a desvanecerse, y me encontré buscando un propósito más profundo.
Así nació Xocoyotl Project. Comencé a concebir piezas de arte que no solo representaban mi amor por Ciudad Satélite, sino que también contaban una historia, una que invitaba a otros a reflexionar sobre su propio origen y a valorar su identidad cultural.
La idea de Xocoyotl Project se convirtió en mi hobbie. Quería que cada pieza que creara fuera un ancla, un recordatorio de dónde venimos y hacia dónde vamos. Este proyecto me ofrecía una manera de traer un pedazo de Ciudad Satélite al mundo, y de invitar a otros a hacer lo mismo con sus propias historias y culturas.
En cada puerto que visitaba, encontraba inspiración para mis piezas. Las historias de las personas que conocía, las culturas que experimentaba y los lugares que exploraba se convirtieron en elementos fundamentales de lo que hago. Xocoyotl Project no solo era una forma de expresarme, sino también una convocatoria para que otros encontraran y compartieran sus propias raíces. Era mi manera de navegar entre el pasado y el presente, creando un puente entre mi vida en el mar y mi vida en tierra.
A medida que los años a bordo se acumulaban, comencé a sentir que algo dentro de mí se estaba perdiendo. Mi vida se había convertido en un ciclo constante de trabajo, buscando siempre el reconocimiento de los huéspedes y directivos, pero ¿a qué costo?
La vida en el mar, aunque fascinante y única, empezó a sentirse como una repetición interminable. Cada seis meses, tenía que demostrar mi valor y experiencia a un nuevo equipo directivos, lo que me dejaba emocionalmente exhausto. La película "50 First Dates" vino a mi mente más de una vez; al igual que el protagonista, yo también tenía que comenzar de nuevo cada día, tratando de mantener la chispa viva en un entorno que se volvía cada vez más monótono.
El Respiro de la Pandemia
La pandemia fue un punto de inflexión inesperado. De repente, me encontré con tiempo para reflexionar, algo que no había tenido en años. Este período de pausa forzada me permitió reconectar con aspectos de mi vida que había dejado de lado. Fue un momento de introspección profunda, donde me vi obligado a enfrentar las partes de mí mismo que había ignorado en medio de la agitación constante del trabajo.
Al regresar a Ciudad Satélite, observé los cambios con ojos nuevos. Mi familia había evolucionado, los amigos habían avanzado en sus vidas, y la ciudad misma había cambiado. Las cosas que antes me parecían permanentes ahora eran diferentes, y me di cuenta de que mientras yo navegaba por el mundo, el tiempo no se había detenido para los demás. Fue un despertar doloroso pero necesario.
Fue durante este tiempo de reflexión que la idea de Xocoyotl Project tomó más sentido.
Xocoyotl Project se convirtió en mi actividad favorita. Cada versión de cada pieza era una forma de expresar mis experiencias, un canal para darle vida a todo lo que había vivido a través de la mezcla del arte digital con el mío compartido en los reels de Instagram de aquellos años. El arte se transformó en mi medio para construir un legado, algo que perduraría más allá de mis viajes y que conectaría con el subconsciente de las personas.
Fue un 9 de septiembre de 2020 cuando oficialmente decidí registrar Xocoyotl Project y dedicarme a crear de lleno en un pequeño escritorio que mi madre (QEPD) me regaló, un lugar que pronto estaría lleno de manchas de pintura, cortes, cálculos y notas de todo tipo. Ese escritorio se convirtió en mi santuario creativo, un lugar donde podía transformar mis emociones y experiencias en arte tangible.
Satélite Verde
Años antes de la pandemia, durante unas vacaciones con mi familia en Ciudad Satélite. Fue entonces cuando diseñé, junto con mi madre, la pieza de ‘Satélite Verde’ en un PowerPoint. El 30 de mayo de 2018, tuve en mis manos la primera pieza de una serie de 1000 que se produjeron ese año.
Durante los años siguientes, en los meses de vacaciones en los que regresaba a Ciudad Satélite, salía cada noche a caminar por las calles y pegar estos imanes (que tenían un código QR de mi Instagram y mis experimentos con colores en acrílico en la parte de atrás) por diversas partes de Satélite, entre ellas el Parque Las Marinas, casas y negocios de la zona. Estas caminatas nocturnas se convirtieron en un ritual, una forma de reconectar con mi hogar y observar cómo Ciudad Satélite evolucionaba.
Durante la pandemia, el mundo entero se enfrentó a un cambio drástico. Mientras el auge de Netflix y nuevas formas de entretenimiento capturaban la atención de millones, con personas maratoneando series y películas para sobrellevar el encierro, yo decidí apagar todo eso y sumergirme en crear. Sentía la necesidad de expresar la mezcla de sentimientos que explotaban en mi mente al darme cuenta de todas las cosas que habían sucedido durante mis nueve años de ausencia. Al mismo tiempo, me dediqué a aprender una nueva carrera por mi cuenta: las finanzas, lo cual me mantuvo a flote durante los dos años que duró la pandemia para mí.
El mundo estaba lleno de incertidumbre, pero también de creatividad y adaptación. Gente de todo el planeta encontraba nuevas maneras de mantenerse conectada y entretenida. Los conciertos virtuales se convirtieron en la norma, con artistas como Blink 182, Jimmy Eat World, Foo Fighters, John Legend y Chris Martin ofreciendo actuaciones desde sus hogares. Los desafíos de baile en TikTok se volvieron virales, proporcionando un escape divertido para millones. Incluso los deportes se reinventaron, con partidos de fútbol jugados en estadios vacíos y los Juegos Olímpicos de Tokio pospuestos hasta 2021.
Mientras tanto, yo me encontraba entretenido y con propósito diseñando cajas, expresándome con arte digital, etc.
Mi intención con ‘Satélite Verde’ era clara: crear una fuerte identidad hospitalaria dentro de la comunidad así como visualizar una ciudad sustentable. Quería abrir la mente de las personas a visualizar Ciudad Satélite como un lugar donde la cultura y las artes fueran bienvenidas desde cualquier parte del mundo. Imaginaba una ciudad enriquecida por la seguridad, la educación, la cultura y los valores de sus habitantes. Un lugar donde la arquitectura y el rediseño de los espacios reflejaran esta nueva mentalidad abierta y hospitalaria. Esta obra fue un intento de reconectar y revivir la felicidad de estar en familia, de salir por un café a la Zona Azul, caminar por Plaza Satélite, pasar un fin de semana con amigos o visitar vecindarios aledaños. Pero también, fue una visión hacia una sociedad más sostenible. ‘Satélite Verde’ es una invitación a los residentes a evolucionar, a reflexionar sobre nuestra identidad y a presentarla al mundo. Es también una llamada para que más personas de otros lugares nos visiten y aporten su cultura y arte a nuestra comunidad.
El proceso de creación de Xocoyotl Project me dio una nueva perspectiva y un propósito renovado. Me enseñó que, incluso en tiempos de incertidumbre, podemos encontrar maneras de crecer y de contribuir positivamente a nuestras comunidades. Cada pincelada, cada diseño, cada reel, era un paso hacia la construcción de un legado que perduraría más allá de la pandemia, un testimonio de resiliencia y creatividad.
Señales de Satélite
Cuando vamos de vacaciones, es común encontrar imanes de los lugares que vacacionamos y llevarlos a casa como recuerdos tangibles de nuestras experiencias. Cada vez que vemos esos imanes, sentimos una nostalgia por revivir esos momentos. Es precisamente ese sentimiento el que, basado en mi experiencia de tanto tiempo lejos de casa y adentrado en el mar, busco recrear.
Estoy seguro de que, así como yo quiero transmitir a quienes me rodean lo que vivo y experimento a diario a través del arte, hay muchas otras personas que se encuentran en situaciones similares. Con los años, en nuestros círculos más cercanos, cada quien toma su propio camino y a veces nos toca coincidir, crear y revivir memorias.
Constantemente me pregunto: ¿a dónde va todo eso que queremos expresar? ¿acaso todo se queda en el olvido?
Fue esta reflexión la que me llevó a crear mi segunda entrega, presentada oficialmente el 21 de septiembre de 2021, llamada: ‘Señales de Satélite’. En esta obra, hago uso del sincretismo para expresar un cúmulo de significados en una sola pieza. Estar expuesto constantemente a culturas ajenas a la mía hizo que Ciudad Satélite tomara una nueva perspectiva para mí. Ya no era solo el lugar donde crecí, sino un espacio que cobró vida desde una mirada externa, como un lugar turístico e histórico.
Al investigar la información disponible sobre la historia de Ciudad Satélite, me interesé en la documentación que hay sobre los Tlatilcas, quienes eran los antiguos habitantes del Valle de México y que hoy su legado sobrevive con poca intensidad por medio de las piezas de arte que utilizaron para expresar su cotidianidad, costumbres y tradiciones. Hoy, algunas piezas se exponen en museos de antropología e incluso tienen un pequeño museo dedicado a ellos en el centro de Naucalpan. Algunas otras piezas se encuentran bajo resguardo en colecciones privadas de personalidades nacionales y extranjeras.
Muy poca gente sabe que existe una pirámide cubierta cerca de Calacoaya rumbo a la Zona Esmeralda, donde hoy en día se están construyendo hermosos departamentos y complejos habitacionales de lujo. Cuando era un adolescente, el papá de uno de mis mejores amigos contaba que por el riachuelo que corre por esa área se descubrían vasijas y arte prehispánico abandonado. ¿A qué civilización pertenecieron? Mucha gente también desconoce que Hernán Cortés se unió con otros pueblos para derrocar a los antiguos habitantes de Calacoaya. Interesante, ¿verdad?
El punto que quiero tocar es que, en cada lugar que caminamos hoy en día por nuestra comunidad, hace cientos de años caminaban los ancestros de nuestra civilización, quienes sembraron los fundamentos de nuestra actual sociedad. Todo tiene una historia, que por nuestra cotidianidad desconocemos, dejamos de prestar atención u olvidamos. Así como yo comencé a perder mi ser por ser devoto al reconocimiento de un grupo de ejecutivos.
Descubrí un gran secreto gracias a los Tlatilcas y es que: el arte representa historia, trasciende, inspira y genera emociones, emociones a través de generaciones. Es aquí donde decidí hacer uso de los sincretismos para mis siguientes piezas, donde pretendo invitar al espectador a reflexionar sobre sí mismo y la sociedad que lo rodea.
Con ‘Señales de Satélite’, quise capturar la esencia de lo que significa crecer y evolucionar en un lugar lleno de historia y tradición. Quería que mi arte fuera una conversación abierta, un diálogo entre el pasado y el presente, y una plataforma para imaginar un futuro donde la identidad cultural y la creatividad se entrelazaran para crear comunidades más fuertes y cohesionadas.
El Corredor de Historias
La señalética de Ciudad Satélite dejó de ser simplemente una referencia direccional para convertirse en el comienzo de un corredor de historias y experiencias vividas por miles de personas a través del tiempo. La obra ‘Señales de Satélite’ es un portal en el tiempo, donde dos civilizaciones se unen dentro del mismo territorio. Es una forma de reconectarse con nuestras raíces, ya sea a través de nuestro legado prehispánico o de nuestra familia. Es un ancla que me permitió revivir memorias felices de mi natal Ciudad Satélite, un recordatorio visual de dónde vengo, en donde estoy y a donde voy.
Por el estilo de vida que he llevado, hoy puedo decir que soy un satélite dentro de Ciudad Satélite. Esta pieza es una invitación a observarnos desde una perspectiva externa, a valorar nuestras raíces y la historia que nos rodea. Es un llamado a la introspección y a la conexión con nuestra identidad cultural.
Durante los tiempos de incertidumbre que trajo la pandemia, me encontré con muchos momentos de contemplación, reflexionando sobre el verdadero sentido de la vida. Dediqué mucho tiempo a hacer una introspección y retrospectiva sobre de dónde venía y hacia dónde iba, tratando de encontrar un hogar para mi pieza en el rompecabezas de este mundo. Aunque encontré un propósito efímero dentro de un barco, buscaba un camino donde pudiera expresarme plenamente y encontrar mi lugar en el mundo, mi Kybalion, el principio que rige mi vida y que me permite vibrar en armonía con el universo.
En búsqueda de mi Kybalion, tomé como estandarte la señalética de Ciudad Satélite y creé una serie de imanes con diferentes apellidos de familias y valores, todos con un código QR que llevaba a mi Instagram. Pegué estos imanes por diversos lugares de Ciudad Satélite, zonas aledañas y diferentes países. Al día de hoy, he encontrado nuevos mundos a través de las personas de diferentes países y gremios que me siguen en Instagram, y sigo buscando indagar más en la infinidad de comunidades que existen en el mundo con cada una de las piezas que creo.
Cada uno de estos imanes no solo representaba un punto en el mapa, sino una conexión, una historia que se entrelazaba con la mía. La respuesta que recibí fue abrumadora y me ayudó a entender que el arte puede ser un vehículo poderoso para la conexión humana. Las personas compartían sus historias, se identificaban con mis piezas y encontraban en ellas un reflejo de sus propias experiencias y raíces.
La pandemia me brindó una perspectiva nueva y me permitió redescubrir la importancia de las conexiones humanas. Me di cuenta de que, a pesar de la distancia y las diferencias culturales, todos compartimos un deseo común de pertenencia y conexión. A través de Xocoyotl Project, pude crear un puente entre culturas, uniendo a las personas a través del arte y las historias compartidas.
Con cada pieza que ve la luz, continúo explorando y aprendiendo. Cada interacción, cada comentario en Instagram, me lleva a nuevos descubrimientos y me motiva a seguir creando. El arte se ha convertido en mi manera de contribuir al mundo, de dejar una huella que trascienda el tiempo y las fronteras.
Extraterrestres de Ciudad Satélite
Mientras la pandemia llegaba a su final y por momentos pensaba desviar la línea que Xocoyotl Project llevaba en búsqueda de una tribu, uno de esos días en los que me encontraba entre el pasado y el presente tomándome una taza de café, encontré un video de Ciudad Satélite de los años 50’s. En el video, dos extraterrestres navegando en una taza de café se encontraban perdidos buscando un hogar, sobrevolando una inmensidad de tierras vírgenes en cuyo centro se veían cinco torres: las famosas Torres de Satélite. Uno de los extraterrestres gritaba: “¡Mira, mira, mira! ¡Ciudad a la vista, Ciudad a la vista!”.
En ese momento, tuve una revelación. Me di tiempo para razonar que hoy plantamos las semillas del futuro, pero nunca sabemos con certeza cuál será el desenlace de nuestra historia. Lo importante es sembrar la semilla y continuar cuidándola. Cada día tiene un acertijo que resolver y mientras la voluntad por resolverlo no muera, el camino sigue. Con mayor complejidad vienen más fortaleza y experiencia.
Muchas veces nos encontramos en un laberinto, tratando de buscar respuestas y encontrar un hogar para nuestros proyectos o pensamientos, un lugar donde podamos hallar paz en medio del caos que creamos. Tal vez, después de todo el caos, descubrimos que la paz siempre estuvo en nuestro lugar de origen porque es ahí donde nuestra semilla fue plantada, es ahí de donde venimos.
Recuerdo que alguna vez, antes de partir en mi primera aventura a Playa del Carmen en 2012, mi padre me recomendó leer el libro Siddharta de Hermann Hesse. La historia, bellamente escrita, resuena profundamente con esta idea. Si observamos los problemas de nuestro pasado hoy desde una perspectiva externa, muchas veces nos damos cuenta de que las respuestas siempre estuvieron ahí, solo hacía falta tiempo y experiencia para darnos cuenta de que en realidad no eran tan imposibles de resolver. El futuro siempre traerá nuevos retos, pero lo más importante es nunca darse por vencido en uno mismo, siempre tomar el siguiente acertijo con la confianza de que encontraremos la solución.
En una escala mayor, crear una ciudad es una hazaña que trasciende generaciones. Es el esfuerzo y la perseverancia de una comunidad por resolver problemas a través de sus diversos oficios y servicios, muchos de los cuales no son reconocidos por la gran mayoría. Sin embargo, estos esfuerzos sientan las bases para que hoy muchas personas vivan en el confort de sus hogares, desconociendo el tremendo esfuerzo y voluntad que requirió a grandes equipos de trabajo desarrollar el ambiente perfecto para vivir.
En una escala aún mayor, Carl Sagan, en su libro Cosmos, hace un análisis profundo de los fundamentos necesarios para que hoy nuestro planeta albergue vida. Desde la evolución de los antiguos microorganismos hasta la formación de naciones y sociedades completas tal y como las conocemos hoy en día, cada elemento es crucial para que nuestro planeta albergue vida y nosotros habitemos aquí. Sagan nos muestra cómo nuestros problemas son como un átomo en un grano de arena llamado Tierra, que flota en un inmenso mar dentro del universo. Esta perspectiva nos ayuda a ver que, aunque nuestros desafíos puedan parecer enormes, en el gran esquema del cosmos, son minúsculos y manejables.
A través de Xocoyotl Project, encontré mi propia manera de contribuir a este gran mosaico de la vida. Mi arte se convirtió en una forma de expresar no solo mis propias luchas y descubrimientos, sino también de conectar con las luchas y descubrimientos de otros. Cada pieza que creaba era un pequeño fragmento de esta inmensa y compleja red de historias y experiencias humanas.
La creación de cada pieza es un reflejo de esta búsqueda de paz en medio del caos. Es un recordatorio de que, aunque el camino puede ser difícil y lleno de incertidumbres, siempre podemos encontrar un propósito y un lugar al que pertenecemos. A través del arte, he aprendido a ver la belleza en los desafíos y a encontrar paz en el proceso de superarlos.
Volver al futuro
Para crear un mejor futuro, no debemos olvidar el pasado. En mi tercera entrega, presentada oficialmente el 7 de julio de 2023 y llamada ‘Extraterrestres de Ciudad Satélite’, introduzco una pieza que contiene el pin de estos extraterrestres extraviados en Ciudad Satélite, dentro de una caja con diseño de una televisión de los años 50. Esta obra revive el momento en el que, por primera vez, se lanzó tan emblemático comercial donde el futuro de Ciudad Satélite era solo un sueño.
El sincretismo de esta pieza honra la memoria y el esfuerzo de todos aquellos que crearon y desarrollaron Ciudad Satélite, representando el pasado, presente y futuro de cualquier individuo que, con su esfuerzo constante, contribuye a la creación de nuestro futuro.
‘Extraterrestres de Ciudad Satélite’ refleja un sentimiento universal de pertenencia y evolución. Es la sensación de volver a un lugar conocido y darse cuenta de cuánto hemos cambiado y cómo, a veces, nos sentimos como extraterrestres en nuestra propia tierra. Lo que un día era cotidiano hoy es una linda memoria. Este sentimiento es comparable a encontrar a un viejo amigo y descubrir que, aunque las cosas han cambiado, el cálido sentimiento de amistad permanece intacto.
Mientras creaba esta pieza, me enfrenté a fuertes emociones como la pérdida de mi madre y la incertidumbre del futuro.
Darle color a este emblema y calcular los detalles de la caja de televisión era como revivir el retrato de una foto antigua, de colorear momentos inolvidables y visualizar el brillo del futuro.
Esta obra compacta el tiempo y la historia en un emblema. A veces, la información que cargamos es tanta que solo podemos compartir el sentimiento con símbolos. ‘Extraterrestres de Ciudad Satélite’ es el emblema de mentes creativas, ajenas al presente que observan desde una perspectiva externa y buscan diseñar el futuro.
Este pin es un imán para una tribu creativa, una invitación a seguir utilizando el don de crear, escuchar y ser escuchado, extrovertido o introvertido, libres y tolerantes. Una comunicación con mente abierta para divertirnos creando el futuro que necesitamos y continuar el ciclo creativo.
Xocoyotl Project no solo habla de una comunidad, es un mensaje que motiva a encontrar elementos que nos hagan únicos y empujar nuestra identidad en armonía más allá de nuestras fronteras, buscando inspiración en la historia, el arte, los símbolos, la gente y el entorno.
Guardianes de Hierro
En Xocoyotl Project, buscamos elementos fundamentales que conecten con nuestras raíces y con la naturaleza. Hay elementos esenciales para nuestra existencia, y uno de los más vitales es el agua. El agua es la esencia de la vida y, en la mitología mexicana, está protegida por Tlaloc, el dios de la lluvia y la fertilidad. Este concepto ha inspirado una de nuestras piezas más significativas.
En nuestra cultura, los guardianes del agua son figuras de gran importancia. Representan la protección y la preservación de este recurso vital. En Ciudad Satélite, he observado cómo la infraestructura urbana y las obras de arte pueden ser un recordatorio constante de la importancia de elementos naturales tan vitales como el agua y de nuestra responsabilidad para cuidarla.
El diseño de una de nuestras piezas más recientes es una réplica artística de una tapa de alcantarilla de Ciudad Satélite, transformada en un objeto de arte que rinde homenaje a los guardianes del agua. Esta tapa de alcantarilla no solo es un símbolo funcional dentro de la ciudad, sino que también se convierte en una obra que destaca la necesidad de proteger nuestros recursos naturales. Es un escudo de hierro que protege el vital líquido.
La idea de esta pieza surgió durante una de mis caminatas nocturnas por Ciudad Satélite. Observando las tapas de alcantarilla, me di cuenta de que estos elementos cotidianos podían ser transformados en símbolos poderosos de nuestra conexión con el agua y la naturaleza. Así nació la idea de rendir homenaje a Tlaloc y a los guardianes del agua a través de esta pieza.
Además, esta pieza es un puente entre el pasado y el presente. Nos recuerda que nuestras antiguas civilizaciones veneraban a Tlaloc, quien representaba la bendición de este elemento para la vida y que honra la condición única de este planeta para albergar nuestra existencia. Es un llamado a la acción, a recordar que cada uno de nosotros es un guardián del agua y nuestra responsabilidad es ser más eficientes en su uso.
El proceso de creación de esta obra fue tanto una exploración artística como una jornada de aprendizaje sobre la importancia del agua. Trabajando en esta pieza, me sentí profundamente conectado con mi herencia cultural y con la tierra. Fue un recordatorio de que, aunque nuestras vidas modernas nos desconecten a veces de la naturaleza, siempre podemos encontrar formas de reconectar y proteger lo que es esencial para nuestra existencia.
Conclusión: El Arte de Reconectar con Nuestra Esencia
A través de este texto, hemos navegado en un viaje de introspección y creación, donde cada paso ha sido un reflejo de la búsqueda de identidad y propósito. Desde mis primeros días en Playa del Carmen, aprendiendo a vivir solo y a valorar las raíces que me sustentan, hasta la vasta inmensidad del mar, cada experiencia ha tejido el tapiz de mi vida.
Trabajar en cruceros me abrió los ojos a un mundo de culturas y perspectivas diversas, permitiéndome ver la humanidad en toda su complejidad. Sin embargo, este constante ir y venir también me hizo sentir como un extranjero en mi propia tierra. Fue en medio de esta dualidad que nació Xocoyotl Project, un intento por reconectar con mi hogar y compartir esa conexión con otros.
Cada pieza de Xocoyotl Project es un fragmento de mi alma, un testimonio de la fusión entre el pasado y el presente. ‘Satélite Verde’ revive la esencia de mi hogar, mientras que ‘Señales de Satélite’ y ‘Extraterrestres de Ciudad Satélite’ nos invitan a reflexionar sobre nuestra historia y nuestro lugar en el mundo. Estas obras no solo cuentan mi historia, sino que buscan resonar con todos aquellos que anhelan reconectar con sus propias raíces.
La pandemia, un periodo de incertidumbre y aislamiento, se convirtió en un catalizador para la introspección. En esos momentos de quietud, redescubrí la importancia de las conexiones humanas y de proteger lo esencial. La pieza inspirada en Tlaloc son un recordatorio de nuestra responsabilidad para con la naturaleza y nuestra cultura.
Xocoyotl Project trasciende la mera colección de arte; es un movimiento que busca inspirar a las personas a valorar sus raíces, a proteger sus comunidades y a cuidar nuestro planeta. Es un llamado a que cada uno de nosotros se convierta en un guardián de nuestra herencia cultural y natural y por supuesto, compartirla con el mundo.
Al compartir esta travesía, espero que otros encuentren en sus propios caminos la fuerza para explorar sus historias y descubrir la belleza en sus raíces. Cada paso que he dado, cada pieza que he creado, es un tributo a la resiliencia humana y a nuestra capacidad de encontrar paz y propósito en medio del caos.
Mi viaje no termina aquí. Cada día es una nueva oportunidad para aprender, crecer y crear. La historia de Xocoyotl Project continúa, y con ella, la esperanza de que juntos podamos construir un futuro más conectado y sostenible.
Gracias por acompañarme en este recorrido. Que cada obra de arte, cada historia compartida, sea una chispa de inspiración y un recordatorio de que, sin importar cuán lejos vayamos, siempre podemos encontrar el camino de regreso a casa.
En este viaje, he aprendido que el arte no solo refleja nuestra realidad, sino que también tiene el poder de transformarla. En cada pincelada y en cada creación, reside la magia de reconectar con nuestra esencia, de volver a nuestras raíces y de construir, juntos, un mundo más armonioso y lleno de esperanza.